Otra tarde en La Encarnación, extrañamente fría para estar en la segunda quincena de mayo, ventosa, desapacible. El mismo desánimo entre los artistas que allí nos reunimos, sábado tras sábado desde hace más de un año, con la ilusión, casi, del primer día, aunque la evidencia nos susurre lo contrario. El retrato de Moulati, terminado esta verano, salió volando una tarde de agosto y su cristal se rompió en mil pedazos. El trajín de llevarlo y traerlo había ido desdibujando su rostro, arrancando el pastel, tan delicado. Esta tarde me entretuve retocándolo por completo, aunque la labor de intentar aplicar el pastel después del barniz sea complicada. Al terminar, una familia alemana lo alabó (lo que no es poca satisfacción). Hice esta foto, con la fuente de la plaza al fondo y la mirada directa de la bella Moulati.
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