Fines de septiembre del pasado año, mucho calor en Tánger. Decidimos acercarnos a un pueblecito costero en la costa atlántica marroquí, Asilah, del que quedé (quedamos todos) prendado. Junto a una antigua fortaleza de origen portugués, se alza este pequeño pueblo que, en algo, me recordó al Mijas de los sesenta. Colorido como sólo se encuentra en Marruecos, limpio, laberíntico, con muchos artistas residiendo en él, una extraordinaria vista desde cualquier esquinilla a la que te asomes.... Hay que volver con tiempo.
viernes, 9 de diciembre de 2011
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