Subo este pequeño dibujo de un niño beréber, que hice hace mucho tiempo, porque algo en él me recuerda a un alumno desaparecido en circunstancias dramáticas hace unos días. Iba a omitir su nombre, pero prefiero que quede aquí escrito: Tarek.
Fue alumno mío durante dos años y en su caso se repetía el de tantos como han pasado por las aulas: infancia difícil (muy difícil ); escolarización tardía y llena de hándicaps casi imposibles de superar para un crío de pocos años; más que notable inteligencia (siempre recordaré la impresión que me hizo el primer escrito que me entregó, redactado con orden y con una letra increíble para un chico de doce años y en un idioma que no era el suyo), lamentablemente desaprovechada. No era un alumno fácil, aunque reconozco que nunca me dió un solo problema de comportamiento, pero, eso sí, con un aprovechamiento muy pobre en materias que, sencillamente, jamás llamaron su atención. Hablé con él dos días antes de su muerte, tan prematura. Charlamos unos instantes acerca de su rumbo, ese "camino" que debía cambiar. Me dijo que sí, que era hora de plantearse las cosas de otra manera, mientras me miraba con esos ojos enormes, oscuros y su sonrisa de siempre. Nunca volveré a verlo. No es el primer caso, desde luego: otros dos alumnos, en pocos años, han seguido suertes similares. Cuando el polvo levantado por la noticia se asienta, siempre queda la amarga sensación que ahora noto: ¿podría haber hecho algo, ALGO, por esas vidas torcidas? Algo que no sea quejarme de su comportamiento, de su falta de atención en clase, de sus partes de disciplina..... Es una pregunta casi tonta, porque, puede que sí, puede que, en efecto, nada se pueda hacer; porque ese cambio jamás ocurre por un consejo, por una conversación con un simple profesor, eso lo sabemos todos. Ese cambio de rumbo sólo se propicia desde el interior de uno, surge del individuo y no hay palabra que venga de fuera que pueda remover la ceniza y hacer crecer esa buena hierba; menos aún la palabra que viene de un profesor, funcionario, a años luz de la orbita en la que estos muchachos se mueven. Y, sin embargo.....la pregunta permanece, incómoda : "¿podría haber hecho algo, algo más?"
Adiós, Tarek. Que el Señor de los Mundos, como dice tu Corán, te haya mostrado su cara más misericordiosa.
sábado, 29 de octubre de 2011
sábado, 8 de octubre de 2011
Hola de nuevo, metidos ya en un otoño que no lo parece y que camino lleva de no parecerlo (ya veremos si, al cambiar la luna, cambia la situación del anticiclón que im pide ese cambio de tiempo tan necesario. O eso decían nuestros abuelos...). Acabo de subir un dibujo que terminé esta semana, otro encargo, en esta ocasión de dos buenos amigos, Berni y Ken, padres de este militar irlandés herido en acción de guerra en Afganistán (de ahí el significado de las muletas que ellos me rogaron apareciesen en el dibujo). Es simplemente lápiz (de tres números, 3, 5 y 8, todos de la marca Faber-Castell y algún retoque, mínimo, de lápiz piedra Contè. La verdad es que es la técnica que más disfruto y estos días subiré algunos dibujos más, por si son del agrado de alguien.... La sensación de simplicidad que me proporciona vérmelas sólo con la hoja de papel y el lápiz en la mano, sin más artilugios, no la he conseguido con ninguna otra técnica. Además, el lápiz va mas con mi temperamento y consiente el trazado firme, en ocasiones suave, en otras enérgico, que otras técnicas, como el pastel, o el óleo, no permiten. Pero, eso sí, no a todo el mundo entusiasma el lápiz..... Hace unos años tuve la ocasión de contemplar un dibujo con este material hecho por Claudio Bravo, el pedazo de artista chileno que ha muerto este verano. Se trataba del rostro de un joven marroquí y lo expusieron aquí, en el Museo del Grabado Español de Marbella. Me sobrecogió (la verdad es que cualquier cuadro de Claudio Bravo sobrecoge) y me fascinó la gradación inverosímil que había logrado con tan sólo un lápiz. Algo así sentí cuando ví dibujos de López Torres (el tío del artista Antonio López García, cuya exposición de dibujos en Madrid se clausura estos días) en el Museo que lleva su nombre en Tomelloso, Ciudad Real, de donde era natural (como también su sobrino). La verdad es que todo en la obra de Antonio López Torres me impresionó desde siempre, no sólo su técnica, sino también su valor humano y, sobre todo, su tremenda humildad. HUMILDAD, virtud que escasea en el mundo de los artistas, ¿verdad? Os animo a buscar en la web obras de ambos, a ver qué os parecen.
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